Los alcaldes en distintos lados de la frontera Holanda-Bélgica no están de acuerdo cuando se trata de la cuestión del “turismo de drogas” entre las fronteras. A los belgas que viven en ciudades fronterizas como Lanaken, por lo que parece, o a algunos de ellos, les gusta cruzar y visitar las ciudades fronterizas holandesas como Maastricht y ser clientes de los cafés cannábicos locales, o “cafeterías” como son conocidos.
Evidentemente, los belgas no quieren la marihuana cerca de ellos o ellos adoptarían alguna política de “tolerancia” para ella también (pese a que, evidentemente, algunos belgas sí la quieren, o no serían clientes de las cafeterías); presumiblemente, los holandeses quieren algún turismo, pero evidentemente no quieren tanto de ese tipo como están recibiendo ahora donde lo están recibiendo, ya que el gobierno municipal de Maastricht ha decido mudar varias de las cafeterías de la ciudad a la frontera. Las autoridades municipales belgas no están contentas, pero los holandeses sienten que los belgas deben tratar mejor de sus políticas de marihuana ellos mismos en vez de mandar efectivamente grandes números de jóvenes a su lado donde ellos tienen que tratar de ello.
Deberíamos tener problemas así aquí. Tener más algunas personas pasando el tiempo en un barrio que a los vecinos les gustaría es una situación positivamente dócil en comparación con el desorden y la violencia que acompañan el tráfico ilícito de drogas como se manifiesta en los EE.UU; y la frontera Lanaken-Maastricht es un verdadero jardín de paseo, en comparación con el peligro y la violencia que están entre (y saliendo de) San Ysidro-Tijuana o El Paso-Juárez o Laredo-Nuevo Laredo. La frontera EE.UU.-Canadá no están asustadora así, pero tampoco está libre de sus riesgos. (La serie televisiva Twin Peaks usó la violencia del tráfico de drogas entre las fronteras al norte como elemento fundamental en sus líneas retorcidas de la trama.)
La tolerancia no es un sistema perfecto de reglamentación de las drogas sin puntos negativos. Por ejemplo, tuve la experiencia incómoda durante una visita a Ámsterdam, dos veces, de ser seguido en la calle por cuadras por pequeños traficantes que se rehusaban a aceptar “no” como respuesta a su oferta de venderme drogas y mis súplicas de que me dejasen en paz por minutos enteros. La ciudad de Zurich en Suiza tenía un experimento famoso llamado “El Parque de las Jeringas”, en el cual ellos establecieron una zona dentro de un parque público central en que los usuarios de drogas duras podían inyectar sin ser detenidos y en que las jeringas estériles y otros servicios de salud estaban disponibles. Se volvió un gran lío y fue cerrado.
El experimento del Parque de las Jeringas es a veces sostenido por los prohibicionistas como un fracaso de la legalización, pero en verdad no es nada así. El Parque de las Jeringas no era una zona de drogas legalizadas; era un parque en el medio de una ciudad en que los adictos de todo el país (y realmente de toda Unión Europea a causa de las fronteras abiertas) se reunían de cerca para inyectar drogas ilegales – sin ser detenidos por ello, sino buscándolas en el mercado negro y pagando los altos precios del mercado negro. La legalización significa que la distribución y la oferta son legales y quizá reglamentados, no meramente que los usuarios no están siendo arrestados. Y no haríamos con que todos involucrados con una droga se amontonasen en un parque a mitad de continente; la gente compraría sus drogas en los puntos de venta autorizados (farmacias u otros tipos de tiendas) localizados en sus propias comunidades.
El problema de Lanaken-Maastricht también es un ejemplo de lo que la legalización no hace, pero de políticas radicalmente diferentes que están a puestos dentro de las jurisdicciones fronterizas. Bélgica puede abrir cafeterías también o reglamentar la marihuana y otras drogas de la misma forma y al hacerlo reduce los males del tráfico de drogas de esa manera en tanto que escatima las ciudades fronterizas holandesas de las multitudes que no quieren. Los traficantes incómodos de Ámsterdam que no podían creer que yo no quería comprarles drogas no importa como me persiguieran apenas estaban allí porque las drogas en el lado de la oferta aún son ilegales aun si ellos no quieren arrestar a los usuarios u objetivar a los pequeños traficantes.
Entonces, es importante no confundir los problemas artificiales sufridos a veces por ciudades o estados o países que se hayan vuelto islas de tolerancia con nada que se debería esperar bajo un sistema real post-prohibición. El Senador Carlos Gaviria Díaz, ex presidente de la Corte Constitucional y actual candidato a la presidencia cuyo segundo lugar aumento enormemente la posición de su partido (y orador en la conferencia de DRCNet en Latinoamérica en 2003), dijo lo mismo cuando indagado por la prensa durante su campaña. “Soy a favor de legalizar las drogas, pero también tengo ciencia de que un gobierno no puede hacer esto”, dijo la semana pasada. Legalizar el tráfico de drogas significaría que el estado puede controlarlo, “pero Colombia se volvería un país-paria”. La legalización es algo que Colombia necesita desesperadamente, la violencia y la corrupción del tráfico de drogas están destrozando el país literalmente, pero las naciones del mundo deberían terminar la prohibición juntas.
Por lo tanto, deseo que Colombia tenga pronto los problemas que los Países Bajos están teniendo actualmente y que los EE.UU tengan aquellos tipos de problemas también. Ellos serían grandemente preferidos a los problemas que estamos teniendo ahora – los aceptaría por los que tenemos ahora, en cualquier día.
Editorial extraída del boletín de DRCNET escrita por David Borden, Director Ejecutivo, borden@drcnet.org el 02 de Junio de 2006.